Tres Cantos II, en esa majestuosidad imperial que sólo sabe conferir Konecta.
Belen de... alias “la tragaperras”: rara anomalía empresarial que consiguió mantenerse en la cima de la consecución de objetivos sin mover ni el meñique de la mano derecha. Las más modernas teorías sugieren que la circunvalación espacio-tiempo se curvó en un atajo sináptico inesperado con su aparición de tal modo que cambió el transcurso de la konectahistoria sin despeinarse en absoluto. Su desempeño en la empresa empezó en...
Enciclopedia Galáctica de Konecta.
Mientras todo el mundo aún duerme, Arsenio se levanta. Es un hombre esforzado, lleno de ilusión. Se mete en la ducha intentando no hacer mucho ruido para no despertar a sus progenitores. “Los ronquidos de mi padre podrían serrar troncos”, piensa. Como es un hombre tremendamente ruin y convencido de ello, desayuna las migas de las magdalenas que quedaron prendados en el papel el día anterior. “Es una pena tirar tanta comida, joder, por mucho que tenga que discutir con mi madre”.
Jorge Pocahontas y Fer han ido desde la campaña de Ono a Chile a formar a los trabajadores en el nuevo call-center que la empresa ha abierto allí. “Si es que soy un imbécil, yo entregué el curriculum de pocahontas en RR.HH”. No le gusta que le pisoteen, y se esfuerza en su trabajo. No sabe muy bien en qué consiste exactamente, pero se esfuerza. “Tomo café, relleno archivos de excell, transmito todos los detalles jodidos a los trabajadores... tenía que haber ido yo. Me lo merezco. Tengo los mejores resultados. Tomo más cafés que nadie”.
El ford fiesta renquea sobre la carretera de Colmenar, camino de Tres Cantos. Apura una de las colillas que encontró en el cenicero y mira al frente. Cuando llega el edificio acaba de abrir. Enciende el ordenador y adelanta trabajo, reenvía todos los correos que le llegaron de los coordinadores a los diferentes clientes. “Ah...”, suspira, “me he ganado un buen desayuno”.
La gente empieza a llegar. Empieza el trabajo de verdad: venderse. Arsenio es un completo incompetente, pero sabe muy bien lo que tiene que hacer para disimularlo. Se aprovecha del trabajo de los demás de tal modo que es capaz de asumirlo él mismo como propio. Mientras sonríe a la máquina tragaperras* (era Belén de Antonio... Belén de Arturo... ¿cómo se llamaba?) se hace el recordatorio mental de aprender el nombre de su jefa. “Deberían hacer una carrera en la que aprender este tipo de cosas, le sueltan a uno en el mundo empresarial y tiene que valerse solo...”
- ¿Están enviados los informes de... lo que llevas?**
- Por supuesto, Belén.
- Bien, no quiero errores en... esto.
- No los habrá.
- Vamos a tomar un café.
Es la última vez que vuelve a tocar un ordenador en todo el día, excepto para mirar el catálogo de Ikea buscando unas cortinas a juego con el encaje de bolillos de su madre. Todas le parecen asquerosamente caras. Este vistazo le lleva cuatro horas, en las que permanece tan ensimismado delante de la pantalla que todo el mundo piensa que está absorto en su trabajo. Después se enreda en un juego fascinante en flash en el que hay que meter huevos en sus nidos... y cuando quiere darse cuenta, son las nueve de la noche. Al salir del edificio se encuentra en la puerta con el vigilante.
- Un día duro, ¿eh, jefe?
- No puede hacerse a la idea. ¡Ah, que afortunado es usted que no tiene más responsabilidad que cuidar la puerta!
- Tiene razón, jefe, no puedo aunque lo intente.
Ya en la calle intenta recordar, doce horas después, dónde aparcó el maldito coche.
* Sobre el origen del apodo hay dos corrientes diferentes y encarnizadamente opuestas. La primera defiende que “tragaperras” viene por todo lo que ingresa simplemente por permanecer inmóvil contra una pared, la segunda, sin embargo, apuesta por pensar que es por cómo se le mueven los ojitos como las ruedas de la máquina al ver una moneda de cincuenta céntimos. Últimamente, sin embargo, está surgiendo una corriente conciliadora que sostiene que es por ambas cosas, y gana acólitos con fuerza. En cualquier caso, la discusión continúa ferozmente abierta.
** La tragaperras es abiertamente conocida por su incapacidad crónica. Cuando quiere saber si las cosas van bien, simplemente le pregunta a cada uno si ha hecho lo que tenía que hacer. No tiene ni idea de en qué consisten esas cosas mundanas que sus subordinados hacen, así que se limita a proferir vaguedades. Sigue la misma práctica en las reuniones con los directivos de la empresa y en las reuniones con los clientes, con una apabullante fortuna hasta el día de hoy y en contra de cualquier teoría sensata de la lógica, sea esta empresarial, de enunciados, de predicados, de conjuntos o simplemente de andar por casa. Descartes andaría a cabezazos con la estufa si levantara la cabeza y le diera, en un brote psicótico, por analizar su caso.